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Diario + Recuerdos = Mis Crisis Nerviosas

Para poder entender este blog, tienen que leer todo desde el principio. Se trata de una historia correlativa, la cual no van a entender si empizan desde la última entrada.
Las entradas que se titulan "Diario", siguen una línea aparte. Son opcionales a la biografía.
Espero que lo disfruten


DEDICADO A MI MEJOR AMIGA EN EL MUNDO MUNDIAL. Y A MI AMIGA LA DESAPARECIDA.

lunes, 8 de marzo de 2010

Epílogo II


El siguiente capítulo de mi emocionante vida no tiene demasiado sentido, pero prometí contarlo, acá va.
En Argentina, cuando estaba en 6º grado, mi papá quiso llevarme a alguna actividad “extraescolar” que tuviera algún tipo de ejercicio físico. A mí no me gustaban las artes marciales, pero al final me convenció para ir a karate. No era algo que me agradara especialmente, pero tampoco le pude decir que no. Es más, se lo dije, pero prácticamente me obligó, como hizo con todas las cosas que emprendí en mi vida (o casi).
Por supuesto no llegué a mucho. En un año no pasé del cinturón blanco. Tampoco la pasé demasiado bien, porque eran todos chicos, y más grandes que yo, por supuesto. Qué aburrido. Y cuando me tocaba contar en japonés y en voz alta, pasaba una vergüenza que me moría.
Durante mi estadía en el colegio Possumus (3º y 4º ESO), fui a judo con mi hermano. Se hacía en el gimnasio del colegio, y asistían la mayoría de mis compañeras, que ya eran todas cinturón marrón no-sé-cuál Dan. O sea, que estaban a punto de ser cinturones negros.
La profesora era muy simpática. La clase era un bodrio. Nos mezclaban a chiquitos de jardín con las bestias de los últimos cursos de la secundaria. Imagínense lo que era eso.
Nosotros teníamos que arrastrar las colchonetas para formar el TATAMI. Con todo lo que esto suponía: teníamos que aguantarnos el puto polvo que salía de ellas (y encima yo con alergia), esquivar a los pibitos (que jugaban a sus anchas mientras los grandes hacíamos el trabajo), ayudar a los nenitos a sacarse las zapatillas y cambiarse, y todo tipo de pelotudeces de ese estilo. Y, por cierto, odio cuidar nenitos. Ni que decir que todo este asunto nos hacía perder más o menos media hora de clase.
Pronto me fui dando cuenta que la profesor aprovechaba esta situación para no hacer nada, y que se fuera pasando la clase con el menor esfuerzo posible. Se la pasaba tomando lista (no sé ni para qué), y, lo peor de todo, hacía que le pagaran UNO POR UNO (y eramos como 30), EN EL TIEMPO DE LA CLASE. Con eso se perdía otra media hora. Y como la clase era una vez por semana, hagan cuentas de cuánto perdíamos. Ella como si nada.
La simpática profesora me compró con que me iba a subir de nivel de cinturón, porque no podía ser que los pibitos de jardín tuvieran más rango que yo. Con esto tengo que explicar, que ella no hacía exámenes, como en cualquier arte marcial, para pasar de nivel. Nos pasaba un grado por año, medio por semestre, aprovechando las exibiciones que hacíamos dos veces por curso (con las cuales también perdíamos mucho tiempo ensayando…).
El caso es que casi no aprendíamos técnicas, era más bien una especie de juego entre todos los cursos del colegio. Pero bueno, igual me la pasaba bastante bien.
En 4º, se inventó una nueva forma de facturar. A los de secundaria nos dijo que podíamos ir también los viernes, donde daríamos clase con mayor seriedad. “entrenamiento duro”, dijo. Sonó bien. Al principio.
Mis compañeras y el resto de chicos que iban a la clase de los viernes, asistían al gimnasio donde impartían clases varios profesores de judo, por lo cual estaban avanzadísimos. O sea, en ese gimnasio daban clase de verdad.
Yo estaba ilusionada con la clase de los viernes, porque quería aprender. Pero mi ilusión duró poco… como todo en mi vida, as always.
Primero de todo, éramos IMPARES. ¿Qué pasa cuando somos impares? Que alguien se queda sin pareja. En judo, no se puede hacer nada sin pareja. Qué divertido. Adivinen quién carajo se quedaba sin nadie. Exacto. As always again.
La profesorita se me reía en la cara cuando me quejaba sobre este asunto. Me hacía ponerme de a tres con alguien, y siempre me ponía con los varones más pelotudos de la clase. Y cuando alguien faltaba, ¡qué suerte! Nos hacíamos pares. Me tocaba con el más oloroso, el que nadie quería.
Una vez me mareé en la clase. Me había cansado muchísimo y me bajó la presión. Estábamos todos parados escuchando un discursito de esos de pérdida de tiempo que hacía tan a menudo, y me tuve que sentar, o me caía al suelo. Me ordenó fríamente que me parara. Entonces le expliqué como pude que me estaba por desmayar. Le dio por el culo. De ahí en más empecé a odiarla. Y ella también, la tomó conmigo.
En 1º de BAC también asistí a sus clases, pero sólo a las del viernes. Ese año, ya saben que la pasé muy bien en el instituto, sobre todo a finales de curso. Lo último que me acuerdo de ella es que me dijo… “nos vemos el año que viene, ¿verdad Pau?” “Sí, claro. Por supuesto Mariví.” Le contesté bien, porque por lo menos me queda el orgullo de que soy oficialmente cinturón azul en judo, y les aseguro que aprendí lo suficiente como para defenderme (Miento).
Espero que les haya gustado, ya sé que fue bastante aburrido, pero había prometido contarles todo esto de las actividades extraescolares. Si hay algo que me caracteriza, es que siempre cumplo mis promesas, no soy traicionera.
La próxima entrega empezamos con mi último año de la secu. Ya les voy avisando que voy a tratar de eludir detalles del que-no-debe-ser-nombrado. Aunque seguro que al final termino largando todo. Espero que no. Pero bueno, no creo que sea demasiado interesante… bueno, no voy a adelantar nada. Hasta la próxima.

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