
Ayer me pasó algo muy raro. Pero mejor empecemos con anteayer.
Anteayer me encontré con el Hombre Feliz. Qué felicidad. Aunque suene sarcástico, lo digo en serio. Es que lo ves caminar, y ya te alegra el día.
¿Quién es el hombre feliz? Cuando vivía en la otra casa, era mi vecino. Ahora también lo sigue siendo, pero casi nunca coincidimos, lo cual es una pena, porque es un amor.
Justamente el otro día, me dijo cuántos años tiene. 40. Parece menos, siempre sonriente. Es tan amable… pero no es pegajoso. Porque ustedes ya saben que con mi “buen” humor, me dan asco los apodados “boludos/as alegres” (sobre todo /as).
¿Más datos sobre él? Para que se hagan una idea, y para LAS que leyeron mi novela, el personaje Beto está inspirado en él. No está demasiado bien plasmado, pero es un comienzo. Realmente es muy buena persona, siempre alegre… aunque la madre nos contó un día que ha sufrido mucho (sí, aún vive con la madre). Pobre.
Después, cuando llegué a casa (absolutamente feliz por haberlo visto, incluso lo vi 2 veces ese día, y la segunda me paró para hablar un rato) me enteré de la triste noticia de lo de mi querida abuela Maruca. Que en paz descanse. Vivió muchos años, así que estoy segura de que está contenta de haberse reencontrado con su hijo.
Creo que ya va siendo hora de que cambiemos de tema. Bueno, ¿qué es eso tan misterioso que me pasó ayer? Que conocí a alguien (en este momento pondría el emoticono ojón pero naaaaa).
Ayer llegué tarde a la clase de la mañana. Yo no soy de las que llegan tarde, soy de las que llegan bastante temprano, pero es que me parece una falta de respeto que la profesora llegue tan justa de tiempo, o incluso tarde, TODOS LOS DIAS, y ella como si nada. Así que ahora salgo más tarde de casa, y justo el día que llego con el tiempo justo, es el día que ya había empezado la clase (emoticón de la gota).
Bueno, a mí me importó una mierda, porque no me pueden decir nada. El caso es que le había llevado varias preguntas para hacerle, de estas bien largas y liosas, y tenía miedo de que ya se hubiera adentrado en el temario (uuuy, que miedo…). Pero al parecer no. Empecé a largarle las preguntas, y al final terminaron casi ovacionándome. Soy impresionante. Los de adelante echaban miradas hacia atrás para verme, y los de atrás se acercaban para verme mejor (típico). Pero como yo ya de eso estoy más que harta, me dio por el culo, y seguí con mi nueva actitud adoptada últimamente (la del estilo medio-emo, aunque no me sale muy natural).
Cuando terminó la clase, me quedé a hacer los test un rato, y después me fui, embarcada en mis nuevos gustos musicales de Arashi y Kanjani8 (un cague de risa, le levantan el ánimo a cualquiera, si conmigo pueden). Después a la tarde, ya llegué con más tiempo, porque me aburría en casa (qué larga la estoy haciendo, pero ahora viene lo mejor).
Yo estaba apoyada contra la pared, esperando que abrieran, cantando en silencio, y veo que se me acerca un chico, no sé de dónde, preguntándome si estaba cerrado. Claro que estaba cerrado, si no ya hubiera entrado. Después se me quedó mirando, como dudando. Fue muy gracioso. Como mi vida social es muy precaria, me decidí a sacarme los auriculares para seguir dirigiéndole la palabra, diciéndole banalidades tales como “siempre llega tarde”, etc.
Después no se me ocurrió nada más, y tenía pensado volverme a introducir en la música japonesa, pero me volvió a hablar, haciendo comentarios sobre las preguntas que había hecho por la mañana. Sí, él había sido uno de los que se me había quedado mirando, después me di cuenta. Lo que pasa es que era su primer día, y ni siquiera había memorizado su cara (no me había fijado bien, y la verdad me lo estaba perdiendo). Llegados a este punto, me puse a observarlo bien.
Ojos verdes claro. Morocho. ¿Morocho? Ay, no me acuerdo si era negro o marrón oscuro. Un poquito más alto que yo, no mucho. Le daba 20 o 21. Flaco. Cuerpo interesante. Jajajaja ¡¡¡como sonó eso!!!! Mientras él me hablaba, pensé que era muy simpático. En seguida llegó la profesora, subimos a la clase y…
SE SENTÓ AL LADO MÍO, ASÍ COMO SI NADA.
Tragué saliva y traté de mirar para otro lado, respirando, relajándome. JAMÁS se había sentado nadie a mi lado por gusto (hablando del sexo opuesto). Bueno, también hay que exceptuar a mi “ex” Campos. Pero eso es lo de menos ahora, porque a él había que tirarle varias indirectas. PERO AHORA ME LAS TIRABAN A MÍ.
Mierda.
Me siguió hablando amablemente hasta que empezó la clase. O sea, no me pude concentrar casi nada. En primer lugar, siempre había estado sola en la autoescuela. La silla en donde él se había ubicado, siempre había estado vacía, y del otro lado estaba la pared. O sea que ya estaba incómoda. Después, llegó un chico alto y se sentó delante de él, que se cambió para dejarlo ver. Más tarde, llegaron unas boluditas que ocuparon esos asientos también, pero como eran los únicos que quedaban… ACERCÓ SU SILLA A LA MÍA.
Mierda otra vez.
Estábamos prácticamente a 30 centímetros, una distancia que se me hacía MÁS que incómoda. Ahí quedó casi toda la clase, no sé ni cuándo se acomodó de nuevo (porque además había inclinado su cabeza a la mía, ay Dios).
Ahora que me doy cuenta, todo esto suena un poco raro. Y es que LO ES.
Si quieren saber más, sigan con el siguiente capítulo… (lo dividí porque es muy largo)
CONTINUARÁ









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